Y como poco sabemos del esfuerzo del tiempo por diezmar las rebeliones de lo seres delicados de espíritu, y al no contar con la exactitud del dato que indique su lugar de procedencia, sólo atinaremos a decir que ella se volvió mustia y ajada como el resto de los mortales. Sin ser especial, creyó serlo, y durante años cobijó ilusas esperanzas de trascendencia metafísica que la embriagaban, y en el estado extático de paz se mecía sobre los restos de realidad que bajo ella quedaban difusos, como pétalos marchitos enfilaban siguiendo sus pasos, clamando por atención… la gravedad, la profesión futura, la ética, la ciudadanía, el régimen de convivencia, aquellos espasmos residuales que ante ella surgían deslucidos en comparación con la poesía de un verso maduro que florecía entre sus zapatos desatados. Tan diáfana, pequeña y soberbia, como forúnculos crecen espantosas las dagas de los relojes a su alrededor. Mirá que es tarde, hada de alas de turbias…
Desganada se ata los zapatos, sacude el polvo de las letras aún serenas y sale al hábito negado y aprende que se es desde el olvido de una materia preciosa.
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